¿Sabéis cuando quedan pocos días para una carrera importante, el gran volumen de trabajo está hecho y únicamente queda concentrarse en controlar todas aquellas cosas que uno puede controlar y dejar de lado todo lo demás?

A vosotros no sé si os pasa, pero para mi, son unos días algo contradictorios. A menudo, me queda un mal sabor de boca de los entrenamientos que hago, las sensaciones no acostumbran a ser buenas, tengo pesadez, un poco de pereza… ¡Pero al mismo tiempo tengo la emoción y las ganas a flor de piel!

Vengo de una época de currar mucho, durante la cual he pensado poco porque tenía suficiente trabajo en sumar y sumar y, en algunos momentos, en sobrevivir a las cargas sin venirme a bajo. Y, de golpe, los entrenamientos aflojan, tengo más tiempo para otras cosas, también para pensar… (mal asunto) y aquel objetivo que quedaba tan lejano… de repente, me doy la vuelta, y lo tengo a tocar. 

Navego entre las ganas y el respeto. Sé que he trabajado duro y a la vez tengo muchas dudas. 

Es el momento de afinar, de hacer los últimos retoques, de descansar bien, de alimentarse e hidratarse bien, de no meter la pata con cualquier tontería que podría pagar muy cara.

Pues todas estas sensaciones no se apartan demasiado de las que estoy viviendo ahora que he cerrado ya el libro. Hace un par de semanas escribí las últimas líneas. Como escritora, al igual de como corredora y en la gran mayoría de los aspectos de mi vida,  soy de las que cuando da un paso, no se vuelve atrás. Es decir, que en mis escritos y mis libros, cuando los he terminado, aunque los repase diez veces, no acostumbro a hacer demasiados cambios.

Aún sabiendo esto, los leo una vez y otra y otra, para intentar que no se me escape nada.

Pues me encuentro en esta tesitura: el libro está terminado (un hecho súper emocionante, la verdad), como los entrenamientos antes de una gran competición. Pero a la vez, ahora siento aquella pereza y un poco de vértigo de repasar todo el trabajo realizado durante tantos meses. 

Y aunque soy consciente de que he currado duro y a conciencia, siempre tengo aquella duda de no haberme equivocado en alguna cosa y que me dé cuenta de ello demasiado tarde.

Pero, como en las competiciones, esta incertidumbre calculada es la que pone la emoción a nuestra profesión. Nos ponemos a prueba delante de otras personas: en carrera nos ponemos a prueba con nuestras contrincantes y compañeras y en la escritura nos ponemos a prueba ante la opinión pública y nuestros lectores que van a dictaminar si el trabajo de tantos meses ha valido la pena.

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